lunes, 1 de agosto de 2016

Verdadera Adoración

«La hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren…» (Jn. 4:21-24).

La adoración no es sólo cantar al Señor. La Palabra dice claramente que Dios espera que sea en espíritu y verdad. Podemos estar cantando, pero no adorando.

Nuestro espíritu debería estar unido al del Padre todo el tiempo. De esta forma estaríamos adorándolo de verdad como dice su Palabra. Si nuestro espíritu, anda por sendas de oscuridad, si andamos en incredulidad, en la carne, en pasiones, creyendo lo que vemos, si nuestro interés primario está en las personas, las posesiones, si queremos quedar bien con los demás antes que con Dios, si nuestra vida está basada en nuestro criterio, si las decisiones están guiadas por las fuerzas humanas, etc, etc, entonces nuestro espíritu no está en la verdad y por consiguiente no estamos adorando a Dios.

La conexión verdadera con el Padre, está en estar en su voluntad, haciendo lo que vemos que hace y diciendo lo que El dice. Pero sólo podemos verlo y oírlo en nuestro espíritu. Un espíritu disperso y entretenido en todo lo que se mencionó anteriormente no está conectado con la divinidad del Padre y esto no es adoración.

Necesitamos ser la luz del mundo como lo expresó Jesús. El no cantaba, su cántico venía de adentro del corazón al tener esa relación íntima y propia con el Padre directamente. No habían intermediarios. No hay conocimiento bíblico, ni maestría que superen esto. Los fariseos sabían mucho de la ley, pero su espíritu no pudo conectarse con Jesús nunca, porque primaban sus ideales, lo que ellos creían que debía hacerse y como debía hacerse. Por eso no vieron la a gloria de Dios, porque no adoraron a Dios si no a sus ideales.

Una verdadera adoración a Dios es dejar que Dios sea Dios y haga lo que a él le place, aunque a nosotros no nos parezca.

La rutina, la religiosidad nos han apartado de ese «ser uno solo con el Padre» y entramos a su presencia con «maletas» que no nos dejan estar en espíritu y en verdad. Muchas veces estamos en el altar, pero la voz que nos habla no es la de Dios, si no nuestra propia voz, la de la carne o el mismo enemigo. Porque nuestro espíritu no está en verdad unido al Padre.

Despojemonos de nuestros criterios, pensamientos, razonamientos, religión, costumbre, tradición y dejemos que el Espíritu de Dios nos tome y sea dueño y Señor de nuestro ser para que la voluntad de Dios sea manifiesta.

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