martes, 9 de agosto de 2016

No hay barreras

Cuando el Señor Jesús resucitó fue a buscar a Pedro y lo encontró haciendo lo mismo que hacía cuando lo llamó... estaba pescando.

Pedro despreció el plan que El Señor Jesús le había mostrado. Se metió tanto en las emociones con el tiempo que estuvo con el Señor, que se olvidó del diseño establecido para él. El Señor Jesús le dijo que él era la piedra angular de la Iglesia. Claramente la religión de Pedro no le permitió entender lo que eso significaba. Sus emociones estaban por encima, tratando de impedir que la misión de Jesús se cumpliera. Que fuera crucificado, pero fue capaz de negarlo tres veces.

Así nos pasa a muchos de nosotros. Nos concentramos más en lo que sentimos, en lo que nos han hecho, lo que nos ha pasado, que nos desconcentramos del plan divino y verdadero, del propósito y volvemos atrás a hacer lo mismo y a vivir lo mismo, sólo porque las cosas no salieron como pensábamos. Mantenemos patrones de conducta, repitiendo lo mismo tratando que nos funcione algo para nuestra vida, pero no nos damos cuenta que es donde y como Dios nos ha dicho.

Jesús había muerto, ¿Qué hay después de la muerte? Nada para algunos, todo para el Señor. No hay barreras que las circunstancias puedan poner a su plan. Lo que El dijo será aunque se haya muerto.

Una de las armas más poderosas que usa el enemigo es el desánimo. El quiere que perdamos el enfoque, porque sabe que un hijo de Dios con enfoque, es un rey gobernando y estableciendo en esta tierra. Un rey con poder. Un canal que Dios está usando. Un instrumento en manos de Dios. Un transformador de ambientes y de circunstancias.

Las dificultades, las situaciones adversas son una desconcentración que el enemigo provoca, para que perdamos el camino de gloria y de victoria.

Simplemente dejemos atrás lo que nos ata y avancemos hacia lo que Dios nos ha prometido. Aunque todo se vea revolcado y creamos que no hay esperanza, sigamos parados donde Jesús nos puso, él es experto en resurrección.

La sunamita regresó donde el profeta a pedirle que resucitara a su hijo. Ella creyó en lo que se le había dado.

Abraham iba a sacrificar a Isaac, aunque Dios se lo había ordenado, él sabía que lo que Dios le había prometido lo cumpliría así tuviera que resucitar a su hijo.

Aaron como las otras tribus, presentó una vara seca ante el Altar, porque estaba seguro que él era quien Dios había llamado y ante la murmuración del pueblo y su agresión, Dios la reverdeció.

No hay desierto al que Dios no pueda enviar ríos y reverdecer.
No hay barreras que él no pueda derribar.
No hay circunstancia que el no pueda transformar.
No hay muerto que El no pueda resucitar
No hay Palabra que Él no pueda cumplir
No hay promesa que Él no pueda manifestar
No hay plan que él no pueda llevar a cabo
No hay corazón que él no pueda transformar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario